En septiembre de 2022 me quedé sin trabajo y estuve en paro hasta octubre de 2023, cuando me incorporé al equipo de guionistas de la serie diaria SALÓN DE TÉ LA MODERNA (Producida por Boomerang Televisión para TVE), con la que estuvimos incluso a estar nominados para los Premios EMI Internacionales.
Pero no es de esta serie de lo que quiero hablar, sino de ese año y un mes en el que estuve en paro. Al principio busqué trabajo de guionista, que es de lo que he trabajado en los últimos 27 años. Pero como no salía nada, abrí mi campo de búsqueda. Estaba dispuesto a trabajar de lo que fuese, me postulé para conserje, para profesor, para administrativo, para auxiliar administrativo… Durante ese periodo mi trabajo consistió en buscar trabajo. Para ello me di de alta en distintos portales de empleo, introduciendo los datos que me pedían para, de ese modo, poder recibir en mi correo ofertas de empleo relacionadas con las palabras clave que debían conducir la búsqueda (Redactor, Escritor, Guionista, Administrativo, Auxiliar administrativo, Recepcionista, Conserje…).

Yo iba recibiendo en mi correo ofertas laborales y me inscribía en muchas de ellas. Pero luego, haciendo el seguimiento que los portales de empleo te permiten hacer de tu inscripción, nunca pasaba de «La empresa ha leído tu currículum». Jamás pasaba a una segunda criba, y ni siquiera pude optar a una entrevista personal sin compromiso. Finalmente pensé «¿Y si es por mi edad?». Tengo más de 55 años, que al parecer es ya una edad crítica para buscar trabajo. Por algo existe un subsidio de empleo para mayores de 52 años, cuyo «disfrute» se concede en la mayoría de los casos hasta la edad de jubilación. Menos en nada, por supuesto. Pero si esa es la solución que ofrece el estado a los trabajadores y trabajadoras que a partir de esa edad se quedan sin trabajo, para que se reincorporen a la actividad laboral, mal andamos.
Pero volvamos a la pregunta que llegué a hacerme después de no haber podido acceder ni a una sola entrevista de trabajo: «¿Y si es por mi edad?». Y decidí hacer un experimento: En uno de los portales de empleo accedí a mi cuenta, y me detuve en la sección donde forzosamente se debe poner la edad, para poder darte de alta y acceder a las ofertas de empleo (¿Es eso legal?). Y me quité diez años. Y, en cuanto recibí la primera oferta de empleo en mi correo, me inscribí en ella. Recuerdo perfectamente que, a diferencia de otras ofertas a las que me había inscrito, en este caso no tenía ninguna experiencia en el puesto que se ofertaba. Aun así, al día siguiente recibí un correo donde se me decía que mi perfil para ese trabajo les interesaba, y me pedían que contestara al correo informando de mi disponibilidad para llevar a cabo una entrevista presencial. Hice lo que me pedían y, tras mandar al correo, volví a acceder a mi perfil. Y volví a poner mi edad real. Pues… ¿os podéis creer que no pasó ni media hora, cuando recibí un correo informándome de que mi perfil ya no interesaba para ese puesto?
Me parece indignante que vivamos en una sociedad donde a las personas se les considere un desecho laboral cuando alcanzan ciertas edades. ¿No habría que valorar su experiencia? ¿No caen los seleccionadores de personal en la cuenta de que, si esas personas se han mantenido tantos años en el mercado laboral, es porque han demostrado ser trabajadores y trabajadoras responsables, serias y comprometidas con los empleos que han desempeñado hasta ese momento? En este link podréis encontrar una reflexión sobre la situación, en la que además se aportan datos concretos, Es de 2018, pero lo hago a propósito porque desde entonces la situación (con una pandemia por medio) no ha mejorado, sino todo lo contrario:
Me prometí a mí mismo que escribiría algo que tuviera que ver con la discriminación que sufren los trabajadores y trabajadores desempleados cuando alcanzan ya ciertas edades («edadismo», lo llaman ahora). Y por fin lo he hecho: se trata de un sketch nuevo (concretamente la escena 6) que he incorporado a mi obra ¡TENGO TRABAJO!, que podéis encontrar en la sección Obras teatrales en Español. En ella muestro cómo un hombre que entra a una oficina de empleo para postularse por un puesto que se ofrece en el portal de empleo, se vuelve literalmente invisible para el reclutador, que ni lo ve ni lo oye.
Recurro, como hago en muchas de mis obras, a la comicidad para tratar un tema dramático, para que de ese modo el espectador se acabe preguntando «¿Pero de qué demonios me estoy riendo?», y acabe sintiéndose incómodo con su propia risa. En esta escena también hago un homenaje a una obra de teatro que me encanta, EL INVISIBLE HARVEY, de Mary Chase, que después se llevó al cine (con James Stewart como protagonista) y que aquí en España llevó a escena nuestro gran Adolfo Marsillach.

En EL INVISIBLE HARVEY Elwood P. Dowd, el protagonista, un tipo educado y pacífico, dice ver a un Pooka, un espíritu juguetón de origen céltico, que según él ha adquirido la forma de un conejo blanco de dos metros que anda a dos patas. Solo él dice verlo, y por ello los demás lo tratan de loco, empezando por propia hermana. ¿Llamarán también locos a los reclutadores que sí ven a los mayores de 55 años como candidatos de pleno derecho a un puesto de trabajo?
























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