«La violencia es el miedo a los ideales de los demás.»
Mahatma Gandhi.
Estos días han tenido lugar en el IES Miguel Catalán de Coslada las V Jornadas Solidarias, una actividad en la que se implica anualmente toda la comunidad escolar del Centro y en la que se escoge un país del mundo (siempre entre los más desfavorecidos) y se organizan todo tipo de actividades para conocerlo mejor -siempre con el soporte de una ONG vinculada a dicho país-: Artesanía, cocina, bailes, costumbres, conferencias…y también Teatro: se escribe una obra para la ocasión, que permita al espectador conocer mejor la situación, la historia y/o la cultura del país. Este año las Jornadas Solidarias se han dedicado a Camboya y la profesora, directora y actriz María Jesús Luque me propuso escribir un texto de una media hora de duración. Estuvimos hablando y finalmente decidimos que la obra trataría sobre el genocidio de los Jemeres Rojos bajo el mandato de Pol Pot, porque es una etapa oscura de la historia de ese país (y de la historia de la Humanidad, comparable al genocidio nazi) que ha marcado su historia reciente: miles de personas obligadas a evacuar las ciudades para ir a realizar trabajos forzados al campo en largas marchas, cierre de hospitales, maestros e intelectuales perseguidos y ejecutados por considerarlos enemigos del régimen (de hecho cualquier persona que supiera leer y escribir fue considerada enemiga del régimen, hasta el punto de que una persona con gafas ya era sospechosa), ejecución indiscriminada de familiares y allegados de los condenados aun en el caso de que fueran niños… Los Jemeres Rojos llegaron incluso a matar bebés porque consideraban que así cortaban el mal de raíz.
En la entrada del Memorial Choeung Ek, monumento conmemorativo en honor a las víctimas ejecutadas por los Jemeres Rojos, hay una placa que dice así: «Con estupor, ante nosotros, imaginamos la voz dolorosa de las víctimas maltratadas por los hombres de Pol Pot con palos de bambú o azadones y apuñaladas con armas blancas. Nos parece estar viendo las escenas de horror y pánico. Los rostros heridos de personas fatigadas por el hambre o por los trabajos forzados o torturadas sin misericordia en sus famélicos cuerpos. Murieron sin dar las últimas palabras a sus parientes y amigos. Como si fueran alimañas. ¡Cuán amargo final viendo a sus niños queridos, esposas, maridos, hermanos o hermanas atados fuertemente antes de ser masacrados! Aquel momento en que esperaban por turnos la misma suerte trágica de los demás. El método de matanza que la banda de criminales de Pol Pot hizo con camboyanos inocentes no puede describirse total y claramente con palabras, porque la invención de tales métodos es extrañamente cruel, por lo que es difícil determinar quiénes fueron ellos, pues tenían forma humana, pero su pensamiento era totalmente primitivo, tenían rostros camboyanos, pero sus actividades eran completamente irracionales. Quisieron transformar a la gente de Camboya en gentes sin razón, ignorantes que no entendieran nada, que siempre doblaran la cabeza para llevar a cabo las órdenes del Partido de manera ciega, de la manera en que a ellos les habían educado, y transformaron a adolescentes nobles y humildes en ejecutores de una justicia odiosa que los llevó a matar a inocentes, e incluso a sus propios padres, parientes y amigos. Quemaron las plazas de mercado, abolieron el sistema monetario, eliminaron los libros, reglas y principios de la cultura nacional, destruyeron escuelas, hospitales, pagodas y monumentos como fue Angkor Wat orgullo nacional y memoria del conocimiento, genio e inteligencia de nuestra nación. Intentaron destruir el carácter camboyano y transformar la tierra y las aguas de Camboya en lugares de sangre y lágrimas eliminando toda nuestra cultura, civilización y carácter nacional. Querían destruir toda la sociedad de Camboya y hacer retroceder al país entero hacia la Edad de Piedra”.
A grandes rasgos la obra, La maestra de Phnom Penh, cuenta la historia de una mujer adulta y un muchacho que comparten presidio en un campo de trabajos forzados de los Jemeres Rojos. Acabamos descubriendo que la mujer adulta fue maestra pero lo oculta a sus guardianes para que no la maten. Descubrimos también que el muchacho se vio obligado a interrumpir sus estudios tras la victoria de los Jemeres Rojos y sabe leer y escribir, pero lo oculta a sus captores por la misma razón. Conmovida por sus ansias de seguir aprendiendo, la maestra decide darle clase de manera clandestina después del trabajo en el campo, para que se siga formando, hasta que finalmente son descubiertos porque el muchacho, durante un registro, olvida esconder sus gafas. Pero la maestra se las ingenia para que las culpas recaigan solamente en ella y sacrifica su vida para salvarle a él. En el epílogo han pasado los años, los Jemeres Rojos ya no existen, y el muchacho vuelve como maestro, con sus alumnos, al que fuera el campo de trabajo en el que estuvo internado, que ahora es un Memorial. Y les cuenta la importancia de conocer la historia para que no se repita. (Podéis encontrar la obra en la sección «Textos en español».)

Momento de la representación de La maestra de Phnom Penh
Probablemente en la idea de escribir una obra sobre las crueldades de ese período de la historia de Camboya influyó mucho una película de Roland Joffé que vi en 1984, The Killing Fields, que aquí se tradujo como Los gritos del silencio y que tiene una banda sonora impresionante compuesta por Mike Oldfield. Os la recomiendo.
El entusiasmo que han puesto en el montaje y las representaciones tanto María Jesús Luque como los alumnos que han participado en la obra ha sido espectacular, conmovedor. Y el efecto que ha causado en los espectadores, muy potente. Eso por sí solo ya justifica y compensa con creces la elaboración del texto. Pero si nos detenemos a pensarlo bien, lo que se cuenta en La maestra de Phnom Penh sigue sucediendo. Y lo que se describe en la placa del Memorial Choeung Ek, también. Es lo que hoy en día hace la guerrilla integrista Boko Haram en Nigeria, asaltando escuelas para secuestrar a los alumnos y masacrar a los profesores. Es lo que hacen los terroristas del Estado Islámico cuando amenazan de muerte a los profesores y maestros de las Escuelas de Francia por transmitir a sus alumnos valores como el respeto, la libertad, la igualdad y la tolerancia, en una sociedad oficialmente laica (para ampliar la noticia: http://www.lavanguardia.com/internacional/20151204/30580951889/yihadismo-apunta-escuela-francia.html) .

Chicas nigerianas secuestradas por Boko Haram en una escuela
Eso nos lleva a pensar que, efectivamente, el pilar de una Nación, la raíz y el campo de cultivo de sus valores, se encuentra en la escuela. También en la familia, sí, pero es en la escuela donde se ponen en práctica en sociedad esos valores y esa actitudes, donde se afinan, donde se depuran, donde se interiorizan (y cada vez más, dado el progresivo desentendimiento de los padres en la educación de los hijos, amparándose en sus horarios laborales). Por eso es importante hacer de la Educación una cuestión de Estado y por eso es imprescindible reconocer la inmensa labor que llevan a cabo los maestros y profesores. Es otra razón por la que quise escribir esta obra, porque en ella, a través del esfuerzo y el sacrificio de una profesora anónima que fue víctima de la intolerancia de los Jemeres Rojos, hago mi particular homenaje a la labor de todos los educadores.