Más allá de la noche que me envuelve, negra como un pozo insondable, agradezco al dios que fuere por mi alma inconquistable.
Del poema Invictus, William Ernest Henley
Las primeras elecciones en las que participamos y con las que nos empezamos a familiarizar con los mecanismos de la democracia tienen lugar (o deberían tener lugar) en la escuela, en las elecciones del delegado de la clase. Se supone que debe ser el representante de sus compañeros y que defenderá sus intereses, aunque bien es verdad que a veces sólo se le usa como pregonero de las decisiones del profesorado.
Antes de llegar a mi mayoría de edad voté en varias elecciones para elegir delegado, y también en las elecciones para elegir representantes de los alumnos en el Consejo Escolar. Ahora, viéndolo con la perspectiva del tiempo y la madurez, uno se da cuenta de que en momentos como ésos el universo escolar se convierte en una metáfora a pequeña escala de lo que es una sociedad como la nuestra: hay candidatos dispuestos a velar por los intereses de sus compañeros (que van desde procurar que no les coincidan muchos exámenes juntos hasta detectar casos de acoso y «bullying» e intervenir); hay candidatos que sólo buscan aprovecharse de su puesto para ganarse el favor de los profesores; hay profesores y miembros de los equipos directivos que respetan el proceso electoral y se toman muy en serio el cargo de delegado; hay profesores y/o miembros de los equipos directivos a los que no les hace ninguna gracia tener que consensuar sus decisiones con alumnos (aunque hayan sido elegidos por sus compañeros como sus representantes); hay incluso alumnos que intentan manipular la opinión de sus compañeros, amedrentándolos si es preciso, para que salga escogido quien a ellos más les convenga. Como en el mundo de los adultos, en el que los poderes financieros, empresariales, grupos mediáticos y demás centros de poder intentan manipular a los ciudadanos para que voten a quien a ellos les conviene, y que presionan y/o manipulan a los representantes legítimamente elegidos para que no vayan en contra de sus intereses.
Al inicio de la obra que ahora os presento, EL DELEGADO, se convocan elecciones para que los alumnos de una clase escojan a su representante. Una pandilla de matones que ha conseguido hacerse con el poder en la escuela, extorsionando, haciendo «bullying» y aplicando la política del miedo, decide presentar a Luis, un candidato «títere», por miedo a perder sus privilegios, puesto que la otra candidata que se presenta a las elecciones no les tiene miedo y ya les ha parado los pies más de una vez. Al principio Luis, el candidato «títere», cede: ya sufrió acoso en la escuela de la que procede (y de la que tuvo que irse) y ahora su prioridad es no volver a sufrir, así que acepta seguirles el juego con tal de no tener problemas y ser amigo de los que manejan el cotarro. Y Luis es elegido. Por sus promesas, falsas pero llenas de atractivo, y porque los matones extorsionan a sus compañeros amenazándoles si no votan a Luis. Pero una vez se ha convertido en delegado, los abusos de los matones se multiplican porque ahora saben que el representante de la clase no va actuar contra ellos. Luis empieza a sufrir porque no puede soportar ser cómplice de todo lo que ve. Hasta que, por fin, reacciona y se planta ante ellos, desafiándolos, porque ha entendido el significado del puesto que desempeña y siente que debe ser consecuente con la confianza que sus compañeros han depositado en él.
Pero a pesar de todo esto en EL DELEGADO también hay mucha comicidad, un texto teatral puede ser ameno y divertido, incluso si trata un tema serio. Porque en EL DELEGADO está presente la historia de Lolo, el mejor amigo de Luis, que está locamente enamorado de Jessica (que es precisamente la novia del jefe de los matones). Y es justamente la confianza ciega que Lolo tiene en Luis, lo que será determinante para que éste comprenda que debe hacer algo contra el abuso de poder que están sufriendo todos.
Ya hacía tiempo que me rondaba en la cabeza escribir sobre la figura del Delegado de clase, pero no encontraba cómo contarlo y, sobre todo, cómo estructurarlo. Hasta que vi de nuevo, después de algunos años, la película Beckett, de Peter Grenville, protagonizada nada más y nada menos que por Richard Burton y Peter O’Toole, y basada en la obra teatral de Jean Anouilh Beckett o el honor de Dios. Eso me dio la clave. Y si me decido precisamente hoy a presentaros EL DELEGADO, es en parte para hacerle un homenaje a este grandísimo actor que nos dejó ayer, Peter O’Toole, por lo mucho que nos ha dado.
Y también para hacerle mi particular homenaje al fallecido Nelson Mandela, que nunca dejó de ser dueño de su destino y que siempre supo estar a la altura de lo que necesitaba la gente de él.
Para obtener el texto de EL DELEGADO, solicítalo en ignasi.garcia.barba@gmail.com
También puedes encontrarlo en catalán en
http://www.arolaeditors.com/index.asp?sc=impresio&isbn=978-84-94575-62-4
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IGNASI, ME HE PERMITIDO HACER UNA REFERENCIA A TU BLOG Y A TU OBRA, EL DELEGADO, EN MI BLOG. GRACIAS POR TU TRABAJO: Maxi de Diego
http://teatrojuvenilmaxidediego.blogspot.com.es/
Muchas gracias por tus comentarios, Maxi! Gracias a ti por hacer difusión de mi texto.