Massoud es un niño sirio de 8 años que llegó con su madre y cuatro hermanas más a Lesbos en marzo. Iban al encuentro de su padre, que consiguió llegar a Alemania y ahora tiene un trabajo allí; pero al llegar a Idomeni siguiendo la vía del tren se encontraron con la frontera macedonia cerrada. Ahora él, su madre y sus hermanas se «alojan» en la parte central de una gran tienda de campaña montada por Médicos Sin Fronteras, en un cubículo formado por dos literas alrededor de las que han puesto unas mantas proporcionadas por ACNUR, a modo de cortinas, para poder tener cierta sensación de intimidad y privacidad. Como él, muchos otros niños viajan solos con sus madres con la esperanza de llegar a Alemania. Algunos para reencontrarse con sus padres, que llegaron allí a modo de avanzadilla; otros simplemente huyendo del horror de la guerra y la muerte, no tienen un padre que les espere en ninguna parte porque murió víctima de la guerra, de la represión, de las fuerzas de seguridad turcas -que intentan evitar con todos los medios a su alcance que los refugiados se echen al Egeo para llegar a Grecia- , o víctimas del propio mar Egeo.
Así pues, Massoud encima debe considerarse afortunado. Porque su padre vive y le espera en Alemania, porque aún le queda una madre que cuida de él, porque ha conseguido sortear a las mafias que trafican con niños y porque se aloja en una tienda de campaña que no se llevará el viento ni difícilmente se inundará en caso de lluvias torrenciales, como las que están cayendo en estos últimos días y que han dejado inservibles centenares de tiendas. Su madre también debe sentirse afortunada, porque no ha perdido ningún hijo en la difícil travesía del Egeo y porque no tiene que dar a luz estando en Idomeni. Y es que a las que tienen que dar a luz se las llevan al hospital de Kilkis (la capital de la demarcación) y allí se les hace una cesárea sin contemplaciones y tras dos o tres días ingresadas se las devuelve a la mugre y a las condiciones nada higiénicas de Idomeni, a pesar de los esfuerzos de Médicos Sin Fronteras, de Médicos en Acción o de los médicos independientes que ejercen en una furgoneta acondicionada como ambulatorio que en Idomeni se conoce como «Alivio Dolores».
Conocí a Massoud mientras ayudaba a los bomberos de EREC (Equip de Rescat i Emergències de Catalunya) a hacer un censo para repartir semanalmente a cada familia de Idomeni una bolsa con verdura y fruta. Cuando llegué como voluntario ya estaban haciendo diariamente un reparto entre 450 familias, que recibían la bolsa dos veces por semana. Pero los refugiados les pidieron que hicieran sólo un reparto para así poder llegar a más familias. Porque si los refugiados de Idomeni comen, visten y tienen atención médica y anímica es gracias a las ONG y a los voluntarios que les asisten y que vienen de todas partes de Europa para dejar claro con sus hechos, con su solidaridad y con su entrega que ellos no tienen nada que ver con los gobiernos de sus países, gobiernos que les han cortado el paso a esos miles de seres humanos que huyen de la guerra, la muerte y la desesperación, les han denegado ayuda y pagan a Turquía para que les haga el trabajo sucio y con toda seguridad ofrecen a Macedonia contrapartidas que ignoramos a cambio de que mantengan la frontera cerrada. Y miran hacia otro lado cuando los refugiados que logran llegar a Macedonia a través de las montañas son apaleados en el monte por la policía macedonia, que les devuelve maltrechos a Idomeni.
Al parecer la ayuda que voluntarios independientes y pequeñas ONG ofrecen a los refugiados no está bien vista por las autoridades, porque cada vez con más frecuencia los controles policiales que hay en los accesos a Idomeni les complican e incluso les prohíben el paso, dificultando a sabiendas la distribución de comida. En cierta ocasión incluso se llegó a impedir el reparto matinal de leche entre los niños y en otra ocasión tuvimos que coger caminos secundarios hasta dar con un control policial más permisivo para que nos permitiera proveer al campamento de potitos, pañales y leche materna en polvo. ¿La razón? Dificultar más todavía el día a día de los refugiados en Idomeni para que adopten la solución que les ofrece el gobierno griego con el beneplácito de la Unión Europea: acudir a los campos oficiales regentados por el ejército, donde se les dice que serán bien atendidos y vivirán en mejores condiciones. Con ese fin diariamente se fletan autocares a Idomeni para transportar gratuitamente a esos campos a los refugiados que lo deseen (campos en los que, por cierto, pueden entrar muy pocas ONG). Con ese fin ACNUR ha instalado en Idomeni una megafonía que recuerda varias veces al día que existe esa opción. Y lo cierto es que el número de refugiados que desfila hacia esos autocares crece día a día. Pero la razón principal por la que acuden a los campos oficiales no es la comodidad: el gobierno griego les advierte que sólo renovarán su permiso de estancia en Grecia (que se les dio a su llegada a Lesbos o a Quíos por una validez de 3 meses) si abandonan Idomeni y van a esos campos oficiales. Así pues, la Unión Europea adopta a través de Grecia una solución históricamente muy suya: escurrir el bulto. Idomeni dejará de existir, sí, lo cierto es que tiene los días contados. Pero para esconder el problema debajo de la alfombra.
Y tras Idomeni, que a día de hoy debe tener unas 8500 personas, vendrán los otros campos que hay cerca de la frontera macedonia: el ubicado en una estación de servicio EREK (con unas 2000 personas, la mayoría kurdas), el de la estación de servicio BP y el que se estableció alrededor del hotel Hara. Todos ellos de forma espontánea, al cerrarse la frontera los refugiados decidieron instalarse allí y permanecer a la expectativa.
Es sorprendente ver que, a pesar de la precariedad de sus vidas, a pesar del hambre y de las necesidades que pasan, los refugiados -lejos de lo que podrían pensar algunos- no roban en las tiendas de esas estaciones de servicio o de la estación de tren, muestran un respeto absoluto, ejemplar diría yo, por esos negocios ajenos. Es más, en la estación de servicio EKO por ejemplo pagan resignadamente los 2 euros que les piden por ducharse -los que pueden permitirse pagarlos, claro-.
Sábado 21 de mayo. Lleva todo el día lloviendo con intensidad e Idomeni se ha convertido en un barrizal. Muchas tiendas se han inundado e incluso han quedado cubiertas por el agua. Un grupo de voluntarios decidimos coger botas de agua para niños y calcetines del almacén central de material -fruto de donaciones- que hay al servicio de las ONG y repartirlas entre el mayor número de gente. Massoud acude a la fila de reparto. Nos cuenta que su madre no puede ir porque debe quedarse al cuidado de sus hermanas pequeñas y tampoco puede llevarlas consigo hasta nuestro punto de reparto a causa de la intensa lluvia. Le ha encargado a él que pida las botas para sus hermanas y Massoud me dice qué números de pie necesita. Un niño de 8 años haciéndose cargo de su familia. Pero él lo asume con una simpatía y un optimismo desbordantes, está convencido de que a pesar de lo que él y su familia están viviendo, un día logrará reunirse con su padre.
Massoud se va tan contento con sus botas. Es la última vez que le veo, al día siguiente cogeré el vuelo que me llevará de regreso a casa. Antes de irme de Idomeni miro a mi alrededor. Al igual que en Esperando a Godot, Idomeni está lleno de vagabundos como Vladimir y Estragón. Miles. Como ellos llegaron a un lugar indeterminado en un camino, junto a un árbol. Como a ellos su ropa andrajosa y sus botas no les vienen bien. Pozzo, el propietario de las tierras en las que esperan la llegada de Godot, aquí es el gobierno griego que en el mejor de los casos les observa con desconfianza. ¿O quizá Grecia en esta versión de la obra de Beckett es Lucky, el criado atado a una cuerda, y su amo es la Unión Europea? Sí, probablemente ésa sea una interpretación plausible. Lo que sí es cierto es que aquí ocurre lo mismo que en el Segundo Acto de Esperando a Godot: Pozzo y Lucky se han vuelto ciegos y mudos. Al igual que la Unión Europea.
Mientras tanto, más de 50.000 refugiados siguen esperando a Godot en Grecia.
Aún me queda algo de esperanza en que cesen algún día las tragedias que nos invaden diariamente. Es importante no perder la sensibilidad respecto a lo que ocurre cerca o lejos de nuestro entorno. Gracias Ignasi por tu aportación y compromiso.
No deixa de impressionar el poc que ens costa oblidar moltes lliçons a nivell individual, quan l’oblit és social i governamental (alguns dels refugiats de la guerra civil espanyola encara viuen) hom pensa que no és manca de memòria, es la fastigosa realitat economicoindustrial en que estem convertint la nostra realitat. Tenim molts indicadors de coses positives en la nostra societat, però cal mirar al fons i pensar. [Imaginem que tenim un o una veïna molt ben plantada, simpàtica, col·laboradora quan li demanes alguna cosa, que sap escoltar i dona bons consells… però es guanya la vida matant i torturant, i ho sabem, que fem???]
Impresionante ignasi