DISCIPLINA… COMUNIDAD… ACCIÓN

Hasta el 22 de marzo puede verse en el Teatro Valle Inclán de Madrid el montaje LA OLA, que se estrenó en 2013 en el Teatre Lliure de Barcelona. Con dirección de Ernesto Caballero y dramaturgia de Ignacio García May, a partir de una idea de Marc Montserrat Drukker basada en el experimento real de Ron Jones, LA OLA me parece un montaje tan interesante como necesario. En primer lugar, porque es una muestra perfecta de que lo formalmente teatral puede surgir de una noticia, de un informe, de una entrevista, de un sumario judicial -como en el espectáculo «Ruz-Bárcenas» que pudo verse en el Teatro del Barrio, sobre los interrogatorios del juez Ruz a Bárcenas-, de una realidad candente que alguien considera que debe confrontarse con la sociedad, para que ésta tome conciencia, opine y «se moje» al respecto. De ahí  la labor del dramaturgo, que en este caso Ignacio García May ejerce con muchísima dignidad. No sólo por su ejecución sino por un exhaustivo trabajo de documentación que le ha llevado incluso a mantener contacto personal con el propio Ron Jones y con varios alumnos que participaron en el experimento -que Ron Jones bautizó como «La Tercera Ola»-.

La Ola. Montaje del CDN

La Ola. Montaje del CDN

    La segunda razón por la que el montaje de LA OLA me parece tan interesante como necesario es por lo que cuenta: en 1967 un profesor de historia, para que sus alumnos entiendan los mecanismos por los que la sociedad alemana se dejó deslumbrar por el Nacionalsocialismo, los expone a un experimento -sin decirles que es tal- para que organicen sus vidas en base a tres conceptos: la fuerza de la disciplina -para que adquieran control sobre sí mismos y sean así dueños de sus vidas-, la fuerza de la comunidad -para que no se sientan aislados sino formando parte de un todo que les alberga, les cobija y les protege, al que ellos también se deben-  y la fuerza de la acción -con la que pueden modificar su entorno e imponerse a él, puesto que la fuerza del grupo siempre será superior que la de la suma de sus individuos-. Poco a poco esos alumnos, que están en la adolescencia y por lo tanto sienten la necesidad de pertenencia, de identificación con un grupo de iguales, van sucumbiendo a la fascinación de esos tres conceptos y asumen una conducta y una actitud ante la vida consecuente con ellos, que les hacen sentirse superiores al resto. Con el agravante de que, a los que no aprueban sus criterios, se les demoniza y se les apunta como la causa de sus males (como hizo el nacionalsocialismo con los judíos). Al final, el profesor les hace tomar conciencia de su cambio de actitud desde que empezó el experimento, un cambio parecido al que experimentó en general la sociedad alemana durante los años 30, y en concreto los muchachos que acabaron enrolándose en la juventudes hitlerianas y en las SA.

En el programa de mano Marc Montserrat cuenta que, desde que conoció la historia de este experimento sobre el fascismo, sintió la obligación ética de contarla desde el teatro. Ésta es una actitud que comparto: creo sinceramente que el creador teatral debe ser consciente de que los códigos del teatro apelan a la colectividad, más que cualquier otro código literario. Y por ello lo que propone en escena debe estar muy pegado a la realidad.   Quizá lo concibo así porque para mí el teatro es una vía para entender la vida y el mundo que nos rodea. Esta reflexión sobre la obligación ética también vale para el creador audiovisual. No en vano de LA OLA también se hizo en 2008 una película alemana -alemana, precisamente- dirigida por Dennis Gansel. En el caso del montaje que nos ocupa, como el mismo Montserrat apunta, afortunadamente también grandes nombres de nuestro teatro sintieron la necesidad y obligación ética de contar esta historia, como Jordi Bosch o Lluis Pasqual.

Ron Jones decidió poner fin a su experimento el quinto día porque se le estaba escapando de las manos: un montón de jóvenes quiso formar parte de su movimiento «la tercera ola», más de los que él había previsto. Eso es lo inquietante. Eso es lo que hace de ese experimento -y por lo tanto del montaje teatral que nos lo recuerda- algo tristemente actual. Porque esos mecanismos de conducta y de sentido de la pertenencia son los que podemos encontrar actualmente en tribus urbanas violentas de Occidente como los skin heads, los ñetas o los latin kings, pero también en los yihadistas que se enrolan en Al Qaeda o en el Estado Islámico en Oriente. Disciplina, Comunidad, Acción… y Orgullo. Así fascinan, captan, mantienen y dominan al individuo los movimientos, así manipulan las mentes y los espíritus de sus miembros para que se sientan superiores al resto.

Película alemana "LA OLA"

Película alemana «LA OLA»

 El experimento de la «Tercera ola» también me remite a otros dos muy parecidos, como El experimento de la cárcel de Stanford, un estudio psicológico acerca de la influencia de un ambiente extremo, la vida en prisión, en las conductas desarrolladas por el hombre, dependiente de los roles sociales que desarrollaban (cautivo, guardia). Fue llevado a cabo en 1971 por un equipo de investigadores liderado por Philip Zimbardo de la Universidad Stanford. Se reclutaron voluntarios que desempeñarían los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia. Sin embargo, el experimento se les fue pronto de las manos y se canceló en la primera semana. Los participantes eran 24 jóvenes saludables y estables psicológicamente, predominantemente blancos, jóvenes y de clase media. Todos eran estudiantes universitarios. El grupo fue dividido aleatoriamente en dos mitades: los «prisioneros» y los «guardias». La prisión fue instalada en el sótano del departamento de psicología de Stanford, que había sido acondicionado como cárcel ficticia. Zimbardo estableció varias condiciones específicas que esperaba que provocaran la desorientación, la despersonalización y la desindividualización. Los guardias recibieron porras y uniformes caqui de inspiración militar, que habían escogido ellos mismos en un almacén militar. También se les proporcionaron gafas de espejo para impedir el contacto visual . A diferencia de los prisioneros, los guardias trabajarían en turnos y volverían a casa durante las horas libres, aunque durante el experimento muchos se prestaron voluntarios para hacer horas extra sin paga adicional (¡!) Los prisioneros debían vestir sólo batas de muselina, sin calzoncillos, unas sandalias de goma que les obligaban a adquirir posturas incómodas y se les designaría por números –y no por sus nombres- que llevarían cosidos a sus batas. El experimento se descontroló porque muchos “prisioneros” sufrieron –y permitieron- un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias, que les llevaron a tener trastornos emocionales. Tras un primer día relativamente anodino, el segundo día se desató un motín. Los guardias se prestaron como voluntarios para hacer horas extras y disolver la revuelta, atacando a los prisioneros con extintores sin la supervisión directa del equipo investigador. El experimento se canceló a los 6 días, ocho antes de lo previsto. Su resultado, a ojos de muchos, demuestra la impresionabilidad y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y el apoyo institucional. También ha sido empleado para ilustrar el poder de la autoridad. De él también se hizo una película también alemana, Das Experiment (El experimento), dirigida por Oliver Hirschbiegel en 2001.

Película alemana "Das Experiment", inspirada en el experimento de la cárcel de Stanford

Película alemana «Das Experiment», inspirada en el experimento de la cárcel de Stanford

El otro experimento al que me remite es El experimento Milgram, llevado a cabo en 1963. El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal.  El experimentador le explica al participante que tiene que hacer de maestro, y tiene que castigar con descargas eléctricas al alumno cada vez que falle una pregunta. Se comienza dando tanto al «maestro» como al «alumno» una descarga real de 45 voltios con el fin de que el «maestro» compruebe el dolor del castigo y la sensación desagradable que recibirá su «alumno». Seguidamente el investigador, sentado en el mismo módulo en el que se encuentra el «maestro», proporciona al «maestro» una lista con pares de palabras que ha de enseñar al «alumno». El «maestro» comienza leyendo la lista a éste y tras finalizar le leerá únicamente la primera mitad de los pares de palabras dando al «alumno» cuatro posibles respuestas para cada una de ellas. Éste indicará cuál de estas palabras corresponde con su par leída presionando un botón (del 1 al 4 en función de cuál cree que es la correcta). Si la respuesta es errónea, el «alumno» recibirá del «maestro» una primera descarga de 15 voltios que irá aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios. Si es correcta, se pasará a la palabra siguiente. El «maestro» cree que está dando descargas al «alumno» cuando en realidad todo es una simulación: El «alumno» ha sido previamente aleccionado por el investigador para que vaya simulando los efectos de las sucesivas descargas. Así, a medida que el nivel de descarga aumenta, el «alumno» comienza a golpear en el vidrio que lo separa del «maestro» y se queja de su condición de enfermo del corazón, luego aullará de dolor, pedirá el fin del experimento, y finalmente, al alcanzarse los 270 voltios, gritará de agonía. Lo que el participante escucha es en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si el nivel de supuesto dolor alcanza los 300 voltios, el «alumno» dejará de responder a las preguntas y se producirán estertores previos al coma. 

Imágenes del experimento Milgram

Imágenes del experimento Milgram

Por lo general, cuando los «maestros» alcanzaban los 75 voltios, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus «alumnos» y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los «maestros» se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su «alumno». Aún así, el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga de 450 voltios, aunque muchos se sentían incómodos al hacerlo. Uno de los fines del experimento, como dijo el propio Milgram, era comprobar si los estadounidenses comunes obedecerían órdenes inmorales, como muchos alemanes habrían hecho durante el período nazi. Milgram valoró el resultado de la ola_1984este modo: «La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.»  También el cine se ha hecho eco de este experimento, la película francesa «I… Comme Ícare«, del año 1979, dirigida por Henri Verneuil e interpretada por Yves Montand, reproduce una sesión entera de este experimento.

Terrible. A mi modo de ver, estos tres experimentos nos muestran hasta qué punto estamos inmersos en una sociedad muy cercana a la del 1984 de Orwell o a Un mundo feliz de Aldous Huxley. De ahí la necesidad de que tanto el teatro como el cine nos cuenten estas historias, para recordarnos cuán frágiles y débiles somos, para mantenernos en guardia contra nosotros mismos y contra aquellos poderes que intentan manipularnos y deshumanizarnos.

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