de «Rinoceronte» a los zombies

Lo mejor que, a mi modo de ver, le puede pasar a un montaje teatral es generar debate y reflexión. Eso es lo que provocó en mí el montaje del «Rinoceronte» de Ionesco, dirigido por Ernesto Caballero, que se puede ver en el Teatro María Guerrero de Madrid hasta el 8 de febrero. Se la considera una obra cumbre del Teatro del Absurdo, pero a estas alturas esa denominación a mi juicio queda anticuada, «Rinoceronte», como tantas otras obras clasificadas como «Absurdas», constituye una metáfora, una alegoría que simboliza una idea abstracta a partir de unos elementos escénicos que permiten representarla. A pesar de que es una fábula dramática acerca de la aceptación social del totalitarismo (y el montaje potencia esa interpretación), para mí  «Rinoceronte» también es una reflexión sobre lo que nos hace humanos y lo que nos deshumaniza; y nos lleva al punto de considerar si realmente merece la pena conservar lo que nos define como personas, en lugar de metamorfosearnos en algo nuevo y distinto. En el segundo cuadro del Acto II, cuando el protagonista, Berenguer (intrepretado magníficamente en este montaje por Pepe Viyuela) va a ver a su amigo Juan (interpretado magistralmente por Fernando Cayo) a su casa, éste -que está sufriendo la transformación en rinoceronte- le dice: «A decir verdad, no detesto a los hombres, me son indiferentes o me disgustan, pero que no se me crucen en el camino porque los aplastaría.» Y Berenguer, que empieza a comprender que su amigo está experimentando una metamorfosis, tiene con él un debate para intentar revertir el proceso y mantenerlo en la condición humana:

«JUAN: ¡Te digo que no es tan malo! Después de todo, los rinocerontes son criaturas igual que nosotros, que tienen tanto derecho a la vida como nosotros
BERENGUER: A condición de que no destruyan la nuestra. ¿Te das cuenta de la diferencia de mentalidad?
JUAN: ¿Piensas que la nuestra epreferible?
BERENGUER: De todos modos, nosotros tenemonuestra propia moral que juzgo incompatible con la de los animales.
JUAN: ¡La moral! Hablemos de la moral. ¡Estoy harto de la moral! Qué linda es la moral. Hay que ir más allá de la moral.

BERENGUER: ¿Qué pondrías en su lugar?

JUAN: ¡La naturaleza!

BERENGUER: ¿La naturaleza?
JUAN: La naturaleztiene sus leyes. La moral es antinatural.
BERENGUER: ¡Si te comprendo bien, quierereemplazar la ley moral por la ley de la selva!
JUAN: En ella viviré, en ella viviré.
BERENGUER: Eso se dice. Pero en el fondo, nadie…
JUAN (interrumpiéndolo y yendo y viniendo): Hay que reconstruir los fundamentos de nuestra vida. Hay que volver a la integridad primordial.
BERENGUER: No estoy para nada de acuerdcontigo.
JUAN (resoplando ruidosamente): Quiero respirar.
BERENGUER: Reflexiona, veamos, tú te das perfecta cuenta de que tenemos una filosofía que esoanimales no tienen, un sistema de valoreirreemplazable. ¡Siglos de civilización humana lo construyeron!
JUAN: Derribemos todo eso, nos irá mucho mejor.»
Rinoceronte, de Ionesco

Rinoceronte, de Ionesco

   El hombre siempre ha recurrido a la alteridad, a la diferenciación entre un «yo» y un «otro», entre un «nosotros» y un «ellos», primero para intentar explicarse a sí mismo buscando en el espejo del «otro no humano» lo que nos define como humanos. Pero también reduciendo lo humano a su esencia de modo que incluso pudiera identificarse en otra especie que no sea la nuestra, para hacerla incluso más humana que nosotros mismos.
rinoceronte_hombre lobo
    Monstruos como  El Hombre Lobo o Frankenstein son un ejemplo explotado hasta la saciedad por el cine, en ellos la esencia humana convive con lo no-humano. En ambos casos esa convivencia no es voluntaria  sino forzosa, la parte humana lucha por prevalecer sobre la animalidad para controlarla y no dejarse dominar por ella. Y ello crea una dualidad que nos obliga a discernir qué es lo humano y qué no. Como quien deshoja una margarita. Y no siempre es fácil discernirlo. Incluso con el vampiro el cine nos ofrece recientemente esa rinoceronte_dracula_moviedualidad, como en «Entrevista con el vampiro» o en el «Drácula» de Bram Stoker dirigido por Coppola, donde ese ser mítico y sobrenatural tan demonizado por el cine, lucha consigo mismo para que su humanidad prevalezca sobre la crueldad inherente a la parte sobrenatural de su ser.rinoceronte_frankenstein--644x362
    En televisión pienso en la serie «Star Trek«, donde el encuentro constante con especies extraterrestres obligan al ser humano a explicarse. Pero esa necesidad de explicarse no se proyecta sólo hacia fuera, hacia los mundos que va encontrando la nave Enterprise en sus viajes, sino también hacia dentro, hacia otros seres de apariencia humana pero con mentalidades distintas, como el vulcano Spock de la primera época y el androide Data. Y también pienso en la serie «Dexter«, donde la dualidad entre lo humano y lo inhumano conviven en un psicópata asesino en serie (y por lo tanto, falto de una de las cualidades que nos definen como humanos: la empatía) al que su padre adoptivo, comprendiendo que su naturaleza no iba a cambiar, le inculcó un código moral y un modus operandi para, por lo menos, «matar con criterio» (Por cierto, al igual que Frankenstein o Drácula, la serie Dexter también está inspirada en una novela: Darkly dreaming Dexter, de Jeff Lindsay).
Dexter

Dexter

     El monstruo al que en las dos últimas décadas se recurre asiduamente tanto en cine como en televisión para mostrar la lucha de la dualidad humano-no humano, es el zombie. La serie de televisión Walking dead o películas como Soy leyendaGuerra Mundial Z, o la saga Resident Evil. En todas ellas se ve lo que nos hace humanos a través del proceso de deshumanización que sufre el que se convierte en zombie. Y el final de ese viaje es tan devastador que a menudo el ser humano que es consciente de que se dirige hacia él (porque le ha afectado un virus, porque le ha mordido un zombie…) se llega a suicidar para no perder su condición humana, puesto que el suicidio es la única manera que tiene de controlar ese proceso (para mí el zombie contemporáneo también tiene otras connotaciones, es una alegoría de la irresponsabilidad y la insaciabilidad del Hombre, que puede llevarle a destruir el planeta y a destruirse a sí mismo, pero eso formaría parte de otro artículo)
Informe para una Academia, de Kafka, interpretada por José Luis  Gómez

Informe para una Academia, de Kafka, interpretada por José Luis Gómez

   Pero también Teatro y Cine (este último, inspirándose a menudo en novelas) nos ofrecen grandes e inquietantes ejemplos sobre ese otro uso de la alteridad que hemos mencionado, el de reducir lo humano a su esencia, de modo que incluso pudiera identificarse en otra especie que no sea la nuestra, para hacerla incluso más humana que nosotros mismos. En teatro, por ejemplo, tenemos Informe para una academia, de Kafka,  donde un mono que ha alcanzado un alto grado de inteligencia y de conocimiento de la civilización humana, pretende demostrar a una Academia de especialistas que merece ingresar en la Humanidad (es sorprendente que el mismo Kafka también fuera capaz de contar uno de los procesos de deshumanización más espeluznantes en La metamorfosis). Otro ejemplo es el monólgo La criatura, de Sanchis Sinisterra, inspirado en el Informe para una academia de Kafka, en el que esta vez es el Monstruo de Frankenstein el que solicita a una Academia de especialistas su ingreso en la Comunidad Humana. Tanto Frankenstein como el mono no son exactamente humanos, pero poseen algo que les define como tales, y que les permite incluso cuestionar la supuesta humanidad -y por lo tanto, superioridad intelectual y moral- de los que le están enjuiciando. Y apoyan su cuestionamiento en su propia experiencia con los humanos.
Inteligencia Artificial, de Spielberg

Inteligencia Artificial, de Spielberg

Este mismo cuestionamiento, en el cine lo encontramos, a mi modo de ver, en la saga de El planeta de los simios, en la película Yo, robot (basada en la novela de Asimov), en Avatar y en las que más escalofríos me producen: Blade Runner (basada también en una novela, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Phillip K. Dick), Inteligencia Artificial, de Spielberg (basada en la novela Los superjuguetes duran todo el verano de Brian Aldiss), y la española Eva. Y me producen escalofríos porque en ambas «El otro», el supuestamente «no humano» tiene un aspecto y unas cualidades tan insoportablemente humanas, que su sufrimiento y su persecución por parte de las personas «de carne y hueso» convierten a éstas en seres mucho más  inhumanos que aquellos a los que persiguen e incluso ajustician en aras de un orden social.

Sólo han sido algunos ejemplos destacables, pero no todos. Lo que sí es cierto es que las historias, sean en el formato que sean, buscan que el receptor se reconozca en aquello que se cuenta, para admitirlo, rechazarlo o ambas cosas… y a ser posible para hacerle reflexionar. En el caso de la «alteridad», reflexionar sobre el papel que juega la voluntad y el libre albedrío a la hora de posicionarnos y afirmarnos en el mundo como seres humanos. Por eso el uso de la «alteridad», que produce al mismo tiempo una identificación emocional y un distanciamiento intelectual en más o menos grado, es a mi modo de ver tan atractivo para los que contamos historias.

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