4.500 aparatos (y algunas cosas buenas)

Esto es como la película «300»: 300 espartanos, en representación de miles de griegos, rigen el destino de una guerra -al menos durante 3 días- . Traslademos ahora la Segunda Guerra Médica entre griegos y persas al mundo de la televisión en España: 4500 audímetros (medidores de audiencia), en representación de varios millones de personas, rigen el destino de miles de puestos de trabajo y de millones de euros en publicidad e inversiones.

bandolera

   Como guionista de televisión no voy a quejarme, porque esos 4.500 aparatejos hasta la fecha me han dado más alegrías que penas. En series de éxito como COMPAÑEROS, UN PASO ADELANTE, LOS SERRANO, YO SOY BEA y BANDOLERA fueron fundamentales para que cada una de ellas fuera renovando contrato con la cadena de turno, y yo y tantos otros pudiéramos mantener nuestro puesto de trabajo. En esos momentos nadie piensa que depende de un puñado de medidores, uno está feliz pensando que ha conectado con la sociedad, escuchando cómo en la calle, en los bares, en el metro y en el autobús la gente habla de tu serie. No. Es cuando las cifras de audiencia empiezan a disminuir o no alcanzan los índices que la cadena pretende, cuando te empiezas a plantear qué hay detrás de esos 4500 aparatos que provocan un montón de discusiones en los despachos, un montón de cambios en los guiones y en la manera de grabar, y que decidirán tu futuro laboral y el de muchos compañeros. Como me ha pasado recientemente con la suspensión de GRAN RESERVA, EL ORIGEN.

gran reserva, el origen

¿De verdad son eso 4500 audímetros un reflejo fiable de lo que ven miles, millones de personas en la televisión? ¿De verdad los criterios con que se asignan esos medidores -sexo, edad, clase social, tipo de población por miles de habitantes- son extrapolables al resto del universo de tele-espectadores? Pienso en las encuestas sobre intención de voto: las hacen empresas que también extrapolan datos a partir de una minoría supuestamente representativa, y lo hacen con criterios supuestamente serios y parecidos a los que usan las empresas que asignan audímetros a nuestros hogares. Volviendo a las encuestas sobre intención de voto: a menudo hay diferencias enormes entre los resultados del recuento de votos y el resultado que daban esas encuestas. Pero con los audímetros no hay forma de contrastar los datos que nos ofrecen con la realidad palpable y concreta de unas urnas.

       Supongo que muchos dirán que no es comparable la medición de audiencias con la encuesta sobre intención de voto, en ésta última seguramente entran en juego variables que no pueden controlar cambios de opinión de última hora, sobre todo en los indecisos, pero aún así… le da a uno miedo pensar en ello. Porque entonces te das cuenta de que lo de la medición de audiencias es un pacto más o menos arbitrario, es hacer un acto de fe hacia unas pocas máquinas y hacia los técnicos que eligen el perfil del espectador a quien se le va a instalar, dando por hecho que los datos que podamos sacar de allí coincidirán con una realidad más amplia a la que supuestamente representan.

Pero, si resuelvo con un acto de fe mis dudas sobre la fiabilidad de los datos de audiencia, me viene otra duda casi peor:  ¿Habrá otros intereses que hagan moverse los medidores arriba o abajo? ¿Si una productora o una cadena o un grupo mediático tuviera manera de presionar para que esos datos se manipularan, no lo haría? ¿Acaso les detendría sólo la ética y un supuesto código deontológico, teniendo en cuenta los millones de euros en inversiones y en publicidad que dependen de esos datos? Y entonces se me dispara la imaginación y pienso en esa película protagonizada por Al Pacino y Russell Crowe, El dilema, donde un alto directivo de la industria del tabaco estaba dispuesto a confesar públicamente que las empresas tabaqueras manipulaban sus productos para aumentar la adicción de sus consumidores. Y me imagino a un becario que entra a hacer una sustitución en verano en una empresa de medición de audiencias y recibe por error un correo electrónico dirigido a la persona a la que está sustituyendo, y que en ese correo un grupo mediático le está comentando a esa persona ausente los datos de audiencia que debe manipular para seguir cobrando su «propina». El becario, alucinado, lo cuenta a su superior inmediato para que haga algo y descubre que el superior también está en el ajo. Y entonces tiene que huir quedando además como el malo, para que no lo maten los malos de verdad o lo encarcele la policía -que lo busca porque los malos de verdad han matado a su chica y le han hecho creer a la pasma que ha sido el pobre becario-.

el_dilema

Pero si uno, como guionista que es, pensara todo el día que su suerte se rige por esos 4500 aparatejos que supuestamente dan datos fiables y no manipulables sobre la audiencia, sería un sin vivir. A mí esta profesión me gusta a pesar de esa dictadura de los datos de audiencia, he aprendido cosas interesantes, y no sólo respecto a cómo escribir un guión, también aprendes cosas para moldear y mejorar tu forma de ser. Como por ejemplo, estar abierto a la crítica constructiva y a la creación colectiva. Tener presente que lo que escribes es importante, pero que sólo es una maniobra de aproximación a lo que va a ser el producto final, que cuando dejes el guión estarán en plató los directores, los realizadores y las necesidades de los actores y ellos aportarán sus modificaciones. Una buena vacuna, por lo tanto, contra el ego del escritor que escribe en solitario, como es también mi caso.

Y sobre todo, lo que me gusta es el «feed-back» que puedes tener con el espectador y con los actores: me gusta oír lo que los espectadores de mis series opinan sobre las tramas, sobre los personajes, para luego llevar esas  impresiones a las reuniones con el resto del equipo. Me gusta ver cómo los actores interpretan lo que yo he escrito porque eso me permite imaginarme cómo dirá algo que escribiré más tarde para él, si le resultará fácil, si le resultará difícil, si nos hará reír, si nos hará llorar… y reír o llorar mientras lo escribo, imaginándolo.

Como di a entender en varias citas de la entrada anterior, el poder de la ficción es muy grande. Y muy necesario. Las historias actúan en nosotros como un imán, nos llevan a identificarnos con lo que nos están contando, a sumergirnos en un mundo imaginario que vivimos intensamente durante un rato como si fuera real y nos obliga en cierto modo a revisar nuestro propio mundo. Hay dos anécdotas que para mí resumen el poder de esa ficción:

1.- Cuando estaba en la serie COMPAÑEROS fuimos a grabar a Lastres -Asturias-, porque supuestamente era el pueblo de uno de los protagonistas, Pedro (Pablo Puyol). En la trama el barco en el que iba el padre de Pedro -que era pescador- había naufragado. Entre otras escenas, había que grabar en el puerto el regreso del barco que había ido a rescatar a los supervivientes, y para ello el director quería contar con figurantes del propio pueblo. Pues bien: le preguntamos a una señora si quería ser figurante en esa escena, y ella preguntó si los marineros eran rescatados o no, porque en caso de que hubiesen muerto no le interesaba participar en el rodaje. Le dijimos que sí y la mujer aceptó. En el momento de la grabación, cuando el padre de Pedro llegaba en el barco de rescate y saltaba al muelle, la mujer se abalanzó sobre él llorando y lo abrazó. Más tarde nos enteramos de que esa mujer era viuda, su marido, pescador, había muerto en un naufragio del que nadie pudo rescatarlo.

2.- Cuando estaba en YO SOY BEA uno de los personajes secundarios más queridos por elena_inma islael público, Elena (secretaria de dirección, interpretada magistralmente por Inma Isla) se divorciaba. En la trama lo pasaba muy mal, pero hacíamos que con el apoyo de sus amigas del trabajo ella se animara y saliera adelante, con ganas renovadas de vivir. Pues bien: un día la actriz iba por la calle y una mujer la paró. Le contó que ella también se acababa de divorciar y lo estaba pasando muy mal, pero que ver en la serie sus esfuerzos por salir adelante la estaban ayudando también a sobreponerse.

Me fascina ese poder que tiene la ficción sobre el ser humano, supongo que no en vano los psicólogos recurren a ella en las terapias con psicodrama. Me fascina ese poder catárquico que posee y del que ya nos hablaba Aristóteles. Por eso, a pesar de los 4500 aparatejos, me produce más alegrías que penas.

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