«Me interesa el futuro porque es el lugar donde voy a pasar el resto de mi vida.»
Woody Allen
Durante el confinamiento causado por el estado de alarma ha aumentado el consumo de ficción televisiva. Quien más quien menos, ha devorado series de alguna de las plataformas más populares. En mi caso –como en el de muchos otros- he aprovechado para ver varias series distópicas que no había tenido tiempo de ver hasta ahora: Black mirror, Years and Years y El cuento de la criada. También he aprovechado para releer la novela Un mundo de feliz, de Aldous Huxley.
El diccionario define “Distopía” como Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
Desde los inicios de la ficción audiovisual encontramos ya manifestaciones distópicas, como Metrópolis, de Fritz Lang.
Pero la necesidad de hablar sobre nuestro modus vivendi, desde un mundo alejado de nuestras costumbres –para poder adquirir así una mirada distanciada- viene ya de lejos. Recordemos, por ejemplo, las Cartas persas, de Montesquieu, escritas en 1717. En esa novela un musulmán chiíta de origen persa, político y pensador, se ve obligado a huir por haber criticado las costumbres de la corte. En su huída pasa por Irán, Turquía, Armenia, Italia y Francia y manda cartas a los conocidos que ha dejado en Persia, hablando de la religión, la moral y la política de los lugares por los que va pasando, en tono irónico y crítico.
Algo parecido hizo Cadalso en sus Cartas Marruecas, publicadas póstumamente en 1789, donde critica la decadencia de España desde el punto de vista de un joven marroquí que llega a España acompañando al embajador de Marruecos.
Es lógico que, por extensión, en un mundo cada vez más globalizado como el nuestro, la crítica distópica ya no se centre en un país en concreto, sino que se haga extensible al modo de vida de lo que llamamos la civilización europea-occidental. Y se nos presenten posibles futuros a los que podemos tender, si seguimos potenciando nuestro modus vivendi. Así, encontramos (¡cuidado, contiene spoilers!):
-Una sociedad en el que los seres humanos se han sometido a la tecnología, hasta el punto que su libertad, su privacidad y su propia supervivencia como especie quedan cuestionadas e incluso anuladas (Black Mirror)
–Una sociedad donde la creciente acumulación de capital por parte de los más ricos lleva al empobrecimiento más absoluto de la clase media, a la degradación medioambiental y a poner la política en manos de dirigentes populistas capaces de iniciar conflictos nucleares y de confinar a refugiados en auténticos campos de concentración (Years and years)
-Una sociedad donde la ultraortodoxia y el integrismo religioso imponen sus dogmas y sus valores, considerándolos más puros y más auténticos que las libertades que defiende el progresismo ideológico. Hasta el punto que la organización social sufre una reestructuración profunda en la que la mujer pasa a estar absolutamente sometida al hombre, pudiendo ejercer únicamente funciones de esposa, madre y ama de casa. (El cuento de la criada)
–Una sociedad autocomplaciente y acomodada –gracias en parte a la manipulación genética de los ciudadanos desde el mismo momento de su concepción- en la que cada uno asume alegremente el lugar que se le ha asignado en el engranaje económico y social. (Un mundo feliz.)
Produce una rara sensación ver estas series, con estos contenidos, justamente en un momento tan distópico como del que ahora estamos saliendo –supuestamente-. ¿Quién nos iba a decir, hace solo unos meses, que por nuestro propio bien y por nuestra propia seguridad se nos obligaría a confinarnos en nuestras casas? ¿Quién nos iba a decir, hace solo unos meses, que no nos cansaríamos de oír sirenas cerca de casa? Y no solo las de las ambulancias, también las de las fuerzas del orden, acudiendo a “resolver” situaciones en las que algunos ciudadanos no cumplían las normas dictadas por el gobierno. ¿Quién nos iba a decir que decenas de millones de personas nos acostumbraríamos tan rápidamente a no tocarnos, no besarnos, no abrazarnos, a llevar guantes y mascarillas?
Si algo me ha demostrado la forma en que hemos vivido y sufrido esta pandemia (y me atrevería a decir que no será la primera pandemia que viviremos de esta forma) es que nuestra integridad física, nuestra integridad moral y nuestras libertades son sumamente frágiles.
Si hubiese visto hace un año El cuento de la criada, por ejemplo, me costaría pensar que todo un país tan amante de su libertad como los Estados Unidos se convierta en un estado cristiano integrista y ultraortodoxo en el que las libertades (especialmente las de las mujeres) quedan anuladas.
Pero viendo lo que ha sucedido con esta pandemia, ahora no me sorprende tanto que un cambio a gran escala como el que se plantea en esta u otras series distópicas, puedan ser posibles. En España se decretó un estado de alarma. En otros países se han llevado a cabo medidas parecidas. Afortunadamente, todo ello se ha planteado como algo temporal. Y probablemente era necesario hacerlo. Pero quizá algunos futuros mandatarios vean esto como un campo de pruebas para repetir la experiencia de forma más prolongada, con otra excusa que no sea una pandemia.

Robot cuadrúpedo utilizado en Singapur durante la pandemia de COVID-19, para controlar la distancia de seguridad entre ciudadanos.
En El cuento de la criada, lo que hace caer al gobierno estadounidense es la sincronización de tres atentados: en la casa Blanca, en el Capitolio y en el Tribunal Supremo. Los mismos que los provocan, lo ocultan y declaran un “Estado de sitio” que, legalmente, les permite recortar las libertades individuales y colectivas. De forma provisional, en principio. Pero finalmente de forma permanente.
No quiero pensar lo que ocurriría en este o en otros países si, en una situación como la que acabamos de vivir, herramientas como el “Estado de alarma” o el “Estado de sitio” estuvieran en manos de gobiernos de ultraderecha, que no esconden su total desacuerdo con mantener un buen número de libertades que hoy en día tenemos y que la ciudadanía se ha ganado a pulso.
El equilibrio entre Libertad y Seguridad siempre ha sido muy frágil, al igual que el equilibrio entre Individuo y Comunidad (uno de los temas más candentes de nuestro tiempo, y sobre el que sociólogos tan prestigiosos como Zygmunt Bauman hablan y seguirán hablando). Supongo que ese equilibrio ideal es lo que a nivel político se denomina “Centro”. Pero ese concepto cada vez más, por el propio devenir de nuestro sistema socioeconómico, tiende a ser una falacia.
Y de lo que hagamos con eso, dependerá que nuestro futuro se convierta en una distopía o no. Pero no olvidemos lo que Aldous Huxley dijo sobre su novela Un mundo feliz: «Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.»
Lo escribió en 1932.