«Cuando hables procura que tus palabras sean mejores que el silencio»
Proverbio hindú.
Una de las peculiaridades más estimulantes de la escritura teatral es que puedes convertir en texto dramático cualquier otro tipo de texto. Es algo que descubrí bien jovencito, formándome con José Sanchis Sinisterra, que ha reflexionado sobre el tema en libros como “Dramaturgia de Textos Narrativos” o “La escena sin límites”.
En este caso es Juan Mayorga quien transforma en texto teatral su propio discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua, que ya desde su misma concepción tiene el germen de la teatralidad. Comprobadlo, si no: “La situación es teatral. Lo es la división del espacio, que separa a los recién llegados de quienes ya estábamos aquí y ahora nos movemos como si hubiéramos ensayado; lo es el vestuario de los de esta parte y también, entre otros elementos de atrezo, el retrato de Cervantes a la espalda del director; lo es el silencio que ha seguido a la frase con que el director ha abierto el acto.”

¿Cómo no iba a empezar así, o de forma parecida, alguien que recibe el honor de ser académico de la Lengua por su aportación al Teatro? Si seguimos leyendo ese principio, me viene la sospecha de que Mayorga ya tenía en mente la idea de llevar a escena este discurso, facilitando desde el primer momento ese desdoblamiento que va tan íntimamente ligado al teatro: la palabra del autor por un lado y la interpretación que de ella hacen el director, el actor y demás integrantes de una compañía teatral. “Hay tantos cómicos hoy en esta casa –continúa diciendo Mayorga- que el autor del discurso puede haber encontrado fácilmente actor o actriz dispuesta a intercambiar con él posición e indumentaria.”
Y eso es lo que ocurre estos días en el Teatro Español de Madrid, donde se está representando “Silencio”, dirigida por el propio Mayorga: aparece Blanca Portillo, en una caracterización física que deja mudo de asombro y admiración al público, cruza el pasillo central, sube al escenario y toma la palabra. Y uno se pregunta: “¿Es la actriz fingiendo ser Juan Mayorga cuando leyó su discurso, solo una mera sustitución? ¿O habrá algo más?”. Y la respuesta es que sí, hay algo más, mucho más: Blanca Portillo se desdobla y empieza a opinar sobre el discurso de Juan, buscando la complicidad del público y la comprensión de los supuestos académicos a los que se dirige, cosificados en las sillas vacías que hay en el escenario.

Blanca Portillo en SILENCIO
Ahí es donde empieza a manifestarse en todo su esplendor la teatralidad de ese maravilloso discurso. Un discurso erudito por todo aquello de lo que demuestra tener conocimiento su autor, pero cercano e impactante al mismo tiempo; y lo más importante: induce a la reflexión.
En ese desdoblamiento la actriz a la que el autor ha encargado leer el texto (quizá porque ya no tenía a nadie más a quien acudir, sospecha ella) a veces cuestiona lo que se dice, otras lo refrenda, otras lo amplía, en otros momentos lo admira, pero sobre todo lo reinterpreta. Por algo llamamos a los actores “intérpretes”.
Mayorga opta entonces, como director, por invitar a Blanca Portillo a representar algunos de los fragmentos teatrales a los que él hace referencia en su discurso, para ejemplificar la fuerza y la expresividad del silencio, así como su gran variedad de significados. Asistimos entonces a un auténtico recital de Blanca Portillo, que nos regala unas interpretaciones memorables de grandes personajes de todos los tiempos, desde Antígona, pasando por la Rosaura de La vida es Sueño y también por la Bernarda de Lorca.
Esta colaboración entre Juan Mayorga y Blanca Portillo, que intuyo llena de complicidades, tan rica, tan cercana y tan llena de confianza, ha dado como fruto este maravilloso resultado.

Admiro Silencio por muchas razones: por el placer estético e intelectual que me proporcionó, por inducirme a la reflexión sobre el Teatro y la Vida, y por el generoso regalo interpretativo de Blanca Portillo. Pero también por la capacidad que ha tenido Juan Mayorga de desdoblarse, separándose del académico que escribió ese discurso para convertirse en un director escénico que lo afronta como si no fuera suyo, para reírse incluso de sí mismo si hace falta.
Por último, Silencio ha producido en mí la necesidad urgente de sentarme ante el teclado a escribir algo que merezca la pena. Como me ocurre tan a menudo con Juan Mayorga.